La Carta Magna.

 



La Carta Magna es aprobada a finales del reinado de Juan I, más conocido como “Juan Sin Tierra”, por el apodo que le había dado su padre, el Rey Enrique II de Inglaterra, en reconocimiento de que había perjudicado a Juan en el reparto de de sus dominios, porque los había distribuido previamente entre sus tres hijos mayores. 

Juan Sin Tierra, un alias que debió molestar mucho al futuro soberano de Inglaterra. Vaya, hasta en las películas que se han hecho sobre Robin Hood, a este personaje de la historia real del país anglosajón se le pone siempre como malvado, mezquino, mentiroso y cobarde.

Pero la realidad era algo distante del tratamiento algo exagerado que se le ha querido dar. A pesar de su apodo, Juan llegó a ser Rey, en 1199, por el fallecimiento prematuro de sus hermanos Enrique y Godofredo y como sucesor de su otro hermano, el Rey Ricardo (el famoso “Corazón de león”). 

Se trataba de una sucesión discutible, porque su derecho a la corona no era mejor que el de su sobrino Arturo, hijo de Godofredo. 

Aquí cabe un paréntesis. En política, no importa si vives en un país desarrollado o en desarrollo, si la nación a la que piensas gobernar es europea, americana, asiática o africana, normalmente se accede al poder por capacidad, suerte, pactos con los que detentan la riqueza, concesiones (siempre mínimas) a los menos favorecidos y, en muchos casos, pacto con grupos nada presentables ante la sociedad.

Eso es lo que pasó con Juan. Parece ser que su candidatura fue la más aceptable, porque Arturo, el Conde de Bretaña, se dice que se hallaba bajo la influencia del Rey de Francia, Felipe II y era percibido como un peligro para la independencia de Inglaterra.

En ese contexto se sitúa un acontecimiento -cierto o legendario- que marcó la imagen pública de Juan como una persona cruel y traicionera. Se trata de la muerte de su sobrino Arturo (siempre a estos personajes oscuros de la historia, los persigue un crimen de sangre sin castigo alguno), a quien Juan hizo preso durante el asedio del castillo de Mirabeau y después mandó encerrar en un calabozo en Rouen, donde supuestamente el propio Rey le asesinó (despejando de ese modo el pleito sucesorio y cualquier problema a futuro entre quienes no lo veían con buenos ojos). 

Sin embargo, el reinado del pobre John nunca tuvo un momento de paz o de sosiego. Al parecer la forma de ascender al poder le trajo muchos enemigos, además de favores a pagar a gente de dudosa reputación. Resulta que desde el año 1202 Juan Sin Tierra estuvo sometido a la constante presión de Francia. 

No pocas veces, las posesiones británicas en Francia eran confiscadas, para luego ser restituidas a través de regulaciones contractuales, que perjudicaban a los británicos y hacían más rico a su incómodo rival, Francia.

En 1209 Juan Sin Tierra fue excomulgado por el Papa, por cuestiones más políticas que meramente religiosas. 

¿Podría haber algo peor para el pobre Juan? Pues sí. A principios de 1214 el rey francés lo amenazó con un ataque a Inglaterra. El nada estratégico Rey se sintió fuerte e invencible, tomo a su ejército y lo mandó invadir Francia. 

Lógicamente, cuando se actúa con el estómago y no con el cerebro, sin pausa alguna, fue no sólo derrotado, sino humillado por el ejército francés, con la pérdida de dinero y recursos humanos y materiales, por su ceguera y terquedad.

La vergüenza de la derrota acabó sublevando a la nobleza inglesa contra el soberano. En 63 artículos, los nobles estipularon los derechos que querían que el rey les garantizara a ellos y sus descendientes. 

Al depresivo Juan no le quedó otra alternativa que firmar lo que, hasta nuestros días, fue nombrada la "Carta Magna",  aquel histórico 15 de junio de 1215 en Runnymede, en el condado de Surrey, en el sur de Inglaterra. 

Los nobles realizaron varias copias del documento, una para cada condado. De esta forma el contenido y las consecuencias de la Carta Magna fueron divulgados en todo el país en el transcurso de unos cuantos días.

La Carta Magna inicia de la siguiente manera: “A todos los hombres libres de nuestro reino hemos otorgado asimismo, para nosotros y para nuestros herederos a titulo perpetuo, todas las libertades que a continuación se enuncian, para que las tengan y posean de nosotros y de nuestros herederos para ellos y los suyos.”.

La idea de ley fundamental, es decir de una ordenación principal y permanente del reino, también se asoció a la Magna Carta. Aunque a estos efectos, el documento relevante no es el original de 1215, sino el texto otorgado por Enrique III en 1225 y posteriormente confirmado por Eduardo I en 1297, que es el que se incorpora a los “statute books”, es decir a las recopilaciones oficiales de las leyes de Inglaterra.

Resulta indudable que la Carta Magna representa un hito en la historia del constitucionalismo. Hasta el punto de que el término Carta Magna ha llegado a ser generalmente utilizado como sinónimo de Constitución. Incluso la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 fue designada como la “Carta Magna de la humanidad” por parte de Eleanor Roosevelt, la viuda del Presidente Roosevelt, que presidió los trabajos de la comisión redactora de ese documento internacional. 

Un mal gobernante dura, hasta que la paciencia de los gobernados se acaba. Una lección histórica que, parece, no le han contado a los que detentan el poder en estos tiempos caóticos del siglo XXI.

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