Un triunfo sin algarabía. Algo raro pasa en México.


 
El día de la elección, en la mañana, era refrescante y esperanzador ver la cantidad de gente que fluía en largas pero ordenadas filas, para ejercer su voto. Todos en armonía, tranquilos y en paz (excepto en lugares donde Morena y el crimen quisieron ejercer miedo, videos sobran y hasta hijos de candidatos de Morena fueron detenidos).

Cuando menos en mi casilla, la gente contenta, la gran mayoría de color rosa o blanco, azul o rojo, salía y comentaba con libertad su voto por la opción de Xochitl, Pepe y Américo.

Se sentía un ambiente de fiesta electoral, aderezada por el magnífico y tradicional mercado que se pone los domingos.

En la tarde del domingo, el estupor al conocer las primeras encuestas de salida: Le daban una inexplicable ventaja de 30 puntos a la candidata oficialista, pero no sólo a ella, sino a la no veracruzana, abucheada donde se paraba y la mujer que iba a ser removida porque jamás hizo campaña y, la verdad, no es querida en Xalapa.

Lo extraño, lo incomprensible, lo raro, es que el lunes solo caras tristes, consternadas, asqueadas de una forma corriente de hacer política. Volví a ir a ver la sabana de mi casilla y el triunfo de la oposición era claro, con diferencia de un 24% hasta un 31% entre los candidatos locales y los foráneos que ahora nos ¿gobernarán? por otros largos 6 años.

No hay fiesta, no hay algarabía, solo se escucha el murmullo de alguien que se acerca y comenta su tristeza y lo kafkiano que todo suena. Algún empleado trasnochado subiendo memes y tonteras (seguro obligados a ello o maiceados para enlodar su prestigio y su sitio de internet) pero en medio de un "qué pasó", "no puedo creerlo" o el más socorrido "ya valimos barriga, señor madre".

Algunos pensando mejor en jubilarse, vender sus propiedades, sacar lo que se pueda y largarse del país; otros, decepcionados de la política y la democracia, diciendo que ahora el gobierno ayude y salve a todo el que esté en problemas por catástrofes, de salud, de seguridad, pues no merecen la solidaridad de quienes los hemos alimentado con nuestros impuestos y dádivas altruistas.  "¡Que los mantenga el gobierno, a esos parásitos vende patrias!" dijo un amigo de la generación baby boomer. 

El hecho es que parece más un velorio que una fiesta. Los chairos y quienes votaron por una polaca, una zacatecana y una siempre ausente, no se ven eufóricos, siguen enojados mentando madres en las redes. Como si hubiesen perdido. Palacio sigue frío y mohoso, a pesar de que la suplente del López, otro López, como karma maldito para México, se convirtió de facto en la primera mujer Presidente.

Sigue oliendo muy mal el ambiente y, mientras, en Veracruz, un incendio está quemando ya las casas de muchos que, seguramente, votaron por Morena. La devastación es palpable y ni Andrés, ni Cuitlahuac, ni Claudia, ni Rocío y, mucho menos, Ana Miriam, han hecho nada para que la ayuda necesaria llegue al centro del Estado y sofoque las llamas que, como las voces de millones de veracruzanos y mexicanos, gritan y chisporrotean sin que nadie escuche nada.

¿Esto querían? Esta bien. Solo que no pidan que les ayudemos cuando la carestía, la incapacidad, la ineficiencia e ineficacia hagan que ni con la maldecida beca chaira les alcance para lo mínimo. Pidan o exijan ayuda a sus mesías.

MORALIDADES. 3 de junio de 2024.

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