Estamos asesinando al planeta.
Los seres humanos nacidos antes del siglo XXI, vivíamos con esperanza e incertidumbre lo que la nueva centuria traería a la humanidad. Se pensaba en un mundo más pacífico, más ordenado, más empático, con miras a conquistar los nuevos retos que nos sigue planteando ese inmenso universo, vasto, inconmensurable, misterioso y en espera de ese salto cualitativo de la humanidad para iniciar su colonización.
De avances inimaginables en medicina, en tecnología, en ciencias físicas, químicas y biológicas. De una sociedad donde, sin importar ideologías o fanatismos, las personas nos veríamos como eso, iguales en derechos y responsabilidades, evitando así divisiones absurdas, como si estuviéramos de nuevo en las épocas donde a la gente se le etiquetaba en castas.
Trístemente, la humanidad ha involucionado. Nos hemos vuelto una especie más individualista, cruel, débil, irresponsable, exigente, egoísta, sorda, ciega (muda no, hoy gritamos y nos quejamos de todo y de todos, envidiando lo que otros tienen y, en vez de buscar la mejora en nuestras vidas, preferimos que otros, los que detentan el poder, los destruyan y los despojen de lo que lograron, para que sean igual de miserables que nosotros).
Estos primero 24 años del nuevo siglo dan ejemplo claro de que se busca destruir lo preexistente, pero sin una sola idea, razonamiento o teoría de a dónde iremos cuando ya nada de los heredado exista.
Y nuestro planeta está sufriendo de esta actitud de la autocomplacencia, de la autopercepción, de la autodestrucción. Estamos en una situación de emergencia a nivel global, a través del muy mencionado pero poco conocido en sus causas, consecuencias y medidas para atenuar sus efectos, cambio climático.
Muchos científicos como Stephen Emmott (2013), autor del libro "Diez mil millones", son pesimistas en lo que nos deparan las décadas por venir, con brutales cataclismos similares al del asteroide que acabó con los dinosaurios. Solo que, esta vez, el asteroide somos nosotros.
La única vía para sobrevivir y retomar el camino hacia la trascendencia de la especie humana es el uso colectivo de la razón. O sea, amable lector, que la solución se aleja año tras año de nuestras manos, pues vivimos una época obscura que decide a través de la percepción individual, con una ideología operada, financiada e impulsada por quienes dirigen el cada vez menos lógico orden mundial.
La ONU, en su afán de bajar el índice poblacional (un fracaso rotundo hasta ahora), desde finales de 1980, creó "el género" y construyó todo un sistema de anti valores y falacias que, en las manos adecuadas, detonó en una sociedad que, paso a paso, caminaba a una visión de igualdad y ahora tiene que distinguir (hasta el día de hoy) entre más de 120 tipos de personas auto identificadas como todo, menos lo que científicamente son.
Como nunca antes seguimos dependiendo, somos adictos, a la extracción y uso indiscriminado del petróleo, el carbón y el gas, en vez de apostar por energías renovables, que nos brinda la naturaleza y que siempre están ahí para nosotros, como la energía del Sol, el agua y el viento; vaya, hasta del magma volcánico podríamos generar grandes cantidades de energía.
Si a una sociedad dividida como en épocas medievales, absorta en las redes sociales (normalmente para perder tiempo, no para conocer más, ser más hábil, sabio o pensante), consumista pero, a la vez, sumisa como jamás en la historia, atrapada en una guerra ideológica donde no existen puntos medios, incapaz de crear líderes y agentes del cambio, le sumamos eventos naturales cada vez más devastadores (sequías seguidas de torrenciales tormentas, tornados, inundaciones, cataclismos que rara vez se observaban en todas partes del mundo) y el nulo aprecio por nuestras selvas y bosques, podemos estar claros en algo:
Nos hemos convertido en los peores enemigos de nuestra propia casa, de manera dolosa o culposa, sin pensar que es el sitio donde vivimos. No hay otro, no existe en este momento. Somos nosotros los que estamos prendiendo el fuego a nuestros hogares y parece no importarnos que ardan, hasta que la desgracia toca a nuestro entorno de vida. Ahí sí lloramos, pateamos, peleamos, exigimos, nos quejamos. Pero no nos sumamos a algún tipo de solución al asunto.
Este sí es un problema real, actual y, por desgracia, exponencialmente letal para la especie humana. ¿Los culpables? Todos y cada uno de nosotros.
Es momento de abrir los ojos y empezar a ser parte de la solución. Lo que hagamos individualmente, sumará a los esfuerzos de otros seres responsables y, cuando menos, podremos decir: Yo lo intenté.
Y podremos estar en paz con nuestra conciencia.
MORALIDADES. 19 de junio de 2024.
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